Yaiza Pozo Galván. Cedida.

Yaiza Pozo Galván, una oceanógrafa jerezana en Italia que anhela volver a casa

Cuenta a HOY Jerez como está viviendo la pandemia del COVID-19 en este país tan castigado también por el virus y la montaña rusa de emociones que ha experimentado

Miércoles, 20 de mayo 2020, 20:39

La historia de Yaiza Pozo Galván, es la de una joven jerezana, oceanógrafa, que un día, en 2017, decidió realizar el último curso de carrera en la Universidad de Pisa (UNIPI, Toscana, Italia) a través del programa Erasmus+. Su objetivo era y es crecer en conocimiento y experiencia, pero por supuesto nunca imaginó vivir una situación dramática como la que ha generado la pandemia del COVID-19, lejos de los suyos y sin posibilidad de regresar a casa.

Lo que ha conocido en Italia en estos últimos meses la ha llevado a subir a una montaña rusa de emociones, pues en la historia que ha querido compartir a través de HOY Jerez, nos cuenta que ha tenido de todo: momentos de risas, lágrimas y también de echar de menos. En su mente conserva la extraña sensación vivida con situaciones que ocurrían en Italia y la semana siguiente se reproducían en España.

No sabe si por suerte o por cosas del destino, pero cuando terminó sus estudios, una compañera de piso estaba realizando su doctorado sobre las tortugas marinas en el Departamento de Biología de la Universidad de Pisa, y fue así como se puso en contacto con un investigador de la misma para realizar prácticas extracurriculares a través de otra beca Erasmus prácticas. Una vez acabado dicho programa, decidió quedarse de voluntaria de investigación en dicho departamento para seguir avanzando con miras a hacer a un máster internacional.

La crisis del COVID-19 la sorprendió con una actividad como la de muchos jóvenes que buscan ampliar su preparación y su horizonte profesional; dedicando tiempo libre a estudiar idiomas, hacer cursos…En medio de ese ritmo de vida, afirma que aún se asombra de que «en una sociedad tan conectada como la nuestra, no nos hayamos percatado del peligro inminente que nos acechaba». Y es que, según cuenta, «cuando empezaron los primeros casos de Covid-19 en el norte de Italia, seguíamos diciendo que estaba lejos, ya fuera por tranquilizarnos a nosotros mismos o a nuestros familiares. Cada día, como parte de mi rutina, pasaba con la bici por la tan famosa torre inclinada en Piazza dei Miracoli para ir al departamento; cada día me cruzaba con cientos y cientos de turistas de todas las partes del mundo que querían hacerse una foto con esta. Todo parecía normal, excepto por esa sensación de miedo o respeto que empezó a surgir entre las personas que se cruzaban por la calle».

Realidad

Explica que en un principio, se trababa de mantener las distancias, las medidas de higiene y evitar las aglomeraciones; pero después su percepción sobre la situación cambió. «El primer golpe de realidad lo recibí la noche que el presidente Conte anunció el cierre de todo el país. Toda Italia estaba en shock, no nos creíamos lo que estaba sucediendo. Mi familia, preocupada porque pudiera volver a casa, pidiéndome que mirara vuelos, contactara con la embajada…pero no había solución. Los vuelos que tenía los cancelaron, la embajada prácticamente te decía que no te movieras del sitio, que la única forma de salir del país era o en coche o en un ferry que atracaba en Barcelona. De modo que decidí quedarme».

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Esa realidad que ha vivido en Italia, siguiendo las noticias de aquel país y también las del suyo, España, la ha llevado a experimentar muchas emociones. Después de unas primeras semanas, las tareas cotidianas dejaron paso al corte del tráfico aéreo, al silencio, al canto de los pájaros y al sonido de la lluvia y la situación se volvió distinta. «A pesar de mirar las noticias cada día, parecía que lo que estaba viendo era a través de un microscopio, como si se tratara de otro mundo en el que la declaración firmada para poder salir a la calle fuera algo de lo más normal».

Volver

Tras casi tres meses de confinamiento, confiesa que «la montaña rusa de emociones parece haber subido de nivel»; con días en los que quiere volver a casa y otros que no se quiere mover del lugar en el que reside. «Mis padres siempre me han dicho: hija, no le tienes miedo a nada, ni a volar ni a viajar sola», pero esta vez noto cierto respeto; en estos seis años que llevo fuera, me he acostumbrado a las videollamadas y a la distancia, regresando a casa cada tres o cuatro meses, sin embargo, tras el cuarto vuelo cancelado el pasado domingo, esta va a ser la primera vez que estoy tanto tiempo alejada de los míos», expresa.

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Todo dependerá de cómo evolucione la situación en ambos países, pero Yaiza espera poder «empaquetar» de nuevo su vida y volver a casa el 5 de julio. «Mientras tanto, sigo con mis cursos, mis planes y a la espera de publicar un artículo científico; del futuro, bien se ha demostrado que por mucho que lo planifiquemos este puede ser muy incierto, solo espero que, tras este duro golpe, aprendamos a valorar y respetar el papel de cada especie (incluyendo la nuestra), así como poner más atención en el cuidado de los demás y no solo el de nosotros mismos». Una buena enseñanza para extraer de lo vivido.

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