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José Márquez Franco, autor de 'El puente entre las adelfas'. Emilio Ceballos-Zúñiga.
PUEBLOS RAYANOS

PUEBLOS RAYANOS

manuel pecellín / HOY

Sábado, 11 de julio 2020, 21:47

La adelfa es quizás el arbusto dominante en las orillas de todas las corrientes de agua que surcan el territorio extremeño, desde los humildes arroyos a los grandes ríos. Planta ornamental por excelencia, ha ido extendiéndose como ornato en calles, plazas, jardines y autopistas, con la particularidad de que sus componentes tóxicos la hacen inmune al diente de los animales. Ahora dicen que uno de aquellos podría ser útil en farmacopea, la «oleandrina» (el término nos remite al portugués «loendro», más próximo al nombre científico de la planta, nerium oleander, que el español, procedente del andalusí addifla y éste del griego Daphne). Fácil resulta contemplarla florida durante los más rigurosos estíos en las riberas del Guadiana, Caya o Gévora, por nombrar sólo algunos de los cursos «rayanos», que nos unen y separan de Portugal, fronterizos por razones históricas y no geográficas. Las poblaciones limítrofes de uno y otro país establecieron multitud de puentes a lo largo de sus riberas, a veces, todo hay que decirlo, con intenciones más bien belicosas que pacíficas. De cualquier forma, «tender puentes» quedará en el lenguaje común como símbolo de entendimiento y buen trato entre vecinos.

José Márquez Franco (Jerez de los Caballeros, 1949) acierta plenamente con el título que decidió poner a su obra, dada la intencionalidad de la misma: poner de manifiesto los muchos caracteres comunes que, dentro de sus idiosincrasias respectivas, distinguen a lusos y españoles. Pese a tantos enfrenamientos históricos, no es del todo verdad que hayan sido dos pueblos «a costas voltadas» (de espaldas), según la dolorosa expresión. Comenzando por un nexo fundamental, los idiomas respectivos (castellano y portugués son dos lenguas hermanas, repetía Pessoa), numerosos lazos han tejiendo una red fortísima entre las dos naciones, especialmente sensible en las poblaciones colindantes, como puede percibir quien compare Galicia y los distritos lusos aledaños, o Extremadura y el Alentejo : matrimonios mixtos, intercambios comerciales (dentro o al margen de la ley), prestaciones de apoyos mutuos, trabajadores del corcho o la siega que van y vienen, rebaños que no reconocen mojones (tampoco, ¡ay!, los fuegos), participación en festejos populares, usos y costumbres parecidas, tradiciones e imaginario compartidos, hambres y miserias cercanas, amén, sin duda, la fe católica dominante.

De todo ello hay manifestaciones múltiples en la obra que comentamos. Bien lo resalta en su cálido prólogo la doctora Carmen Araya Iglesias.

José Márquez ha ejercido como profesor de Historia y cuenta con publicaciones de diferente género: estudios, ensayos, poesía y dramas. Entre sus libros últimos cabe recordar Interior de un jardín (2013) y Aixa, luz del Templo (2015), siendo coautor de El último templario de Jerez (2019).

El puente entre las adelfas, con ocho relatos y 300 páginas justas, constituye un conjunto que responde al subtítulo, »cuentos e historias de historias de la Raya», aunque contiene también piezas que escaparían a estas clasificaciones.

Todas tienen en común el marco espaciotemporal: los territorios rayanos de la Baja y Extremadura y sus correspondientes en el vecino país durante los decenios siguientes a la guerra civil española, aún con claros ecos de la misma. Abundan los topónimos ficticios, sobre todo cuando se alude a poblaciones extremeñas, apareciendo señaladas explícitamente las del Alentejo o el Algarve.

Voy a referirme solo a tres de las composiciones aquí agavilladas, sin desmerecer en absoluto de las otras. «El fantástico viaje de María de Sousa», una de las más extensa, podría competir perfectamente con las mejores del realismo mágico. Esta sapientísima mujer afincada en la finca extremeña La Jarana, pero nacida en Sâo Pedro do Corval, realizará por las nubes, a la vista de todos, un fantástico viaje, haciendo florecer la comarca. Le acompañan multitudes enfervorecidas, que recuerdan las de Fátima. No falta imaginación en «Los libros perdidos», también de carácter internacional e inspirada en un hecho desgraciadamente histórico: la venta de su maravillosa biblioteca que el Marqués de Jerez, acuciado por deudas de juego, realizase a Mr. Huntington y hoy forman parte sustancial de la de la Hispanic Society de Nueva York. Por último, «El Médico del Aire», un relato extenso, con humor próximo al astracán, que se desarrolla fundamentalmente en Lisboa, aunque con protagonista español (ridículo, pero simpático a fuerza de esperpéntico).

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