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Benito Araujo.
«Se hizo a sí mismo»
lugares y gentes

«Se hizo a sí mismo»

A mi amigo Benito Araujo Galván

feliciano correa

Sábado, 24 de marzo 2018, 15:21

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Estreché más mi relación personal con él a partir de 1975, con motivo de encargarle la restauración de mi casa jerezana en los parajes de Monte de Trigo. Desde muy joven se había ocupado elevando paredes de piedra seca y me comentaba que el éxito de un buen paredero era hallar siempre sitio a la piedra que tenía en la mano, la cual nunca debía devolverse al montón. En cierta ocasión, trabajando en un pozo, se cayó al fondo junto a unos explosivos, y dijo que los segundos del descenso le resultaron un tiempo enorme reproduciendo en el aire parte de su vida vivida. De aquel trance atroz le quedó solo una leve y casi inapreciable cojera.

Fue siempre animoso, incorruptible de ánimo y un trabajador y empresario que no tuvo miedo a las inversiones ni a orientar sus negocios por otros sectores. Así que para dispersar el riesgo compró la estupenda finca de La Rabaza, cerca de Valverde de Leganés y más recientemente El Toril, en la carretera que conduce hacia Higuera de Vargas.

Se hizo contratista del Estado, y gracias a ello pudo acudir a muchas obras públicas como las dificultosas del Castillo de Alburquerque, donde subían las piedras a lomos de unos burros que contrató, o guarderías como Las Adelfas, en el propio Jerez de los Caballeros. También acometió la reforma del Convento de San Agustín en Casa de Cultura, donde salió malparado económicamente, pero no le importó demasiado porque se sentía honrado de haber acometido este proyecto. En esa ejecución se desplomo una enorme viga de hierro y se salvaron los operarios de milagro.

A la iniciativa de José González Torres de fundar la Cofradía de la Virgen Macarena en 1978, hoy presidida por Florencio Carrasco Vázquez, se sumó con entusiasmo. Él y yo fuimos nombrados consiliarios en aquellos inicios. Durante años salimos juntos en esa procesión, pero él, con una fidelidad cartuja, continuó el recorrido hasta 2017, a pesar de que estaba casado.

Benito y María tuvieron una hija, que no pudo nacer bien, con gran pena de ambos y de sus amigos. Le acompañé en el viaje para traer los restos de aquella diminuta criatura a nuestra ciudad.

Cada verano, y en el mes de agosto, nos reuníamos en el Hotel Oasis a comer con otro amigo común, Enrique Marroquín, que nos dejó hace poco. Era una comida para reír y recordar.

Pero Benito era mucho más que una colección de realizaciones. Se hizo a sí mismo, lo que los anglosajones llaman un self made man. Nunca tuvo pereza y le gustaba aprender cada día. Acudía temprano a la tertulia del Bar Mijina, donde se encontraba con otros tertulianos como Santiago Lineros, Ricardo Leal, Juan Antonio Carrasco, Alfonso García Contreras, entre otros. Era como su primer contacto con la realidad social cada día. Metódico y con un enorme sentido común, era sensato y sensible y se ha marchado casi de improviso, cuando acudió porque le tocaba pasar otra vez la ITV. Este año falta en la Semana Santa jerezana. No se le veía pero siempre estuvo allí, con la túnica ceñida y fiel a su virgen desde que se fundó la hermandad. Le he visto alguna vez cómo sus ojos disimulaban las lágrimas ante ciertas situaciones penosas de la gente que quería. Hizo mucho más de lo que se espera de quien ha de trepar desde abajo. Nada recibió de herencia y deja un legado de quien resulta ya ser en nuestro recuerdo un jerezano que tuvo como lema su trabajo, su familia y sus creencias.

Vemos cómo van desapareciendo de la postal que a diario contemplamos unos y otros, algunos más alejados y otros muy cercanos a nuestros afectos. Ya sé que es el signo de la vida, pero es tan irracional la muerte. Si solo fuéramos cabeza, tronco y extremidades como aprendimos en la Enciclopedia Álvarez, sería más comprensible la desaparición, pero somos espíritu, mentes que imaginan, indagan y sienten racionalmente. Somos una fábrica de pensamiento, sede de una voluntad más allá a veces de nuestras posibilidades, somos individuos que creamos artes y elaboraciones narrativas. Somos amantes de las relaciones con otros seres y con ellas sabemos despertar en nosotros el amor. Benito Araujo era un veterano de la vida, un batallador nacido en ese trance de la posguerra, donde llegó desnudo de cuerpo y de medios. Todo lo logró con un denodado esfuerzo. Ha legado su trabajo a sus descendientes, queda en manos de José Mari, Ramón y Benito. Ellos son sus continuadores, que estoy seguro honrarán a su padre con el trabajo bien hecho e intentando que en ellos jamás se conozca la pereza ni la indolencia.

Cuando he procesionado cada año en Semana Santa, he ido viendo cómo en algunas ventanas o esquinas faltaban los que siempre estaban allí. En ocasiones el ausente era él, o ella, luego los dos. Este año falta Benito. Un varal de la Virgen Macarena lo recuerda. Ha pertenecido a esa brigada de cofrades jerezanos que han contribuido para que el esplendor de la semana mayor no decayese. Ahora, al pasar junto a su almacén de materiales, giraré la cabeza y diré para mis adentros una jaculatoria, tal vez inventada, o le hablaré con un saludo que de improviso se me ocurra. Quiero todavía imaginármelo cerca, donde siempre. En ese trozo de El Cabezo donde tantas horas pasó, ilusionado con sus tareas y emocionado con un pozo generoso que halló y que ha sido el sostén de su negocio y que, a pesar de las obras públicas de su entorno, y gracias en este caso a la comprensión municipal, se ha salvado.

Giraré la cabeza y no acabaré de creérmelo. Pero siempre la realidad se impone y el tiempo es tan tozudo que te acaba llevando por donde quiere.

La sombra de la procesión de madrugada en las calle de Jerez reflejará un capirote menos. El color aceitunado no jugará al escondite con los destellos de la luna. Pero como somos parte del misterio de la vida, quiero creer, necesito creer, que no nos marchamos del todo, no solo porque seamos recordados sino porque nuestro espíritu inmaterial no puede desaparecer para siempre. Se me quiebra el razonamiento si tengo que aceptar que solo somos polvo de unos años y que luego nada. Me niego a tal visión determinista de la realidad humana. Por eso creo que a los hombres justos se les tendrá reservado un lugar mejor, donde no existan miserias ni envidias, sino otra cosa que yo no sé qué nombre tiene. Quiero creer en la esperanza, en la verde esperanza que Benito paseó por las calles jerezanas todas las madrugadas del viernes santo.

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