

paula díaz
Sábado, 8 de octubre 2016, 17:12
El Bar El Barba, uno de los más antiguos de Jerez de los Caballeros, acaba de cerrar sus puertas. Situado en pleno centro de esta localidad templaria, ha sido lugar de reunión y de unión, rescoldo de ese paisanaje afable en torno a un vaso de vino. Fundado en 1907, han sido tres generaciones de una misma familia las que lo han regentado, manteniendo su identidad de bar de pueblo y de lugar de conversación cercana.
Su fundador fue Isidoro Fonseca Garrido y a él debe su nombre, en honor a su barba; luego paso a manos de su hijo, Vicente Fonseca Méndez y después a su nieto, Antonio Fonseca Barrios, quien ha estado al frente del mismo durante 35 años. Éste último habla con verdadero sentimiento de un bar que ha formado parte de su vida, pues antes de que se hiciera cargo del mismo, ya le había dedicado muchas horas. Antonio Fonseca cuenta que de pequeño, estando en la escuela de don Casimiro, aprovechaba los recreos para ayudar a su padre a recoger las garrafas de vino vacías y las cargaba en un carro para llevarlas a casa, limpiarlas y tenerlas dispuestas para almacenar el vino. Un vino que ha sido siempre, asegura, la bebida estrella del bar y lo más característico del mismo. Cuenta que antiguamente, su abuelo compraba la uva, la pisaba en su casa y elaboraba el vino que se servía en el bar. Luego, se pasó a adquirir en la zona de Matanegra.
Antonio Fonseca lleva desde 1981 regentando este popular bar, se hizo cargo del mismo tras la jubilación de su padre y después de que éste se lo alquilara durante unos cinco años a Juan Carrascal Méndez, Covenencia, ya que él se encontraba haciendo el servicio militar. Guarda michos recuerdos, entre ellos la ayuda que también prestaba a su padre Antonio Domínguez Borrachero y los bares en los que latía esa vida de pueblo de antaño, en el centro de Jerez: La ermita, el Bar España, la Cervecería, el Club, Chaqueta en la calle San Agustín o La Jaula.
La fisonomía de El Barba se ha mantenido en el tiempo aunque Antonio explica que en sus orígenes y según le contaba su padre, estaba dividido por un tabique y contaba con una pequeña estancia en la que se daban cita los trabajadores (albañiles, mineros) para tomarse un vaso de vino que, por entonces, se servía con un jarra. Con cierta tristeza después de tantos años, Antonio expresa que le gustaría que la historia de este popular bar se siguiera escribiendo.
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