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Así veíamos el parque a mediados del siglo XX.
El parque de Santa Lucía
lugares y gentes

El parque de Santa Lucía

Reflexiones para conocer la historia del lugar y mejorar en lo posible la intervención prevista en el parque

feliciano correa. académico y cronista oficial de la ciudad

Miércoles, 20 de junio 2018, 19:12

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El pasado 28 de mayo la alcaldesa jerezana, con la intención de mejorar las infraestructuras urbanas presentó, junto al arquitecto José Mª. Méndez, lo que pretende ser un proyecto de recuperación del parque de Santa Lucía, pero que a mi entender es un proyecto de transformación del legendario lugar.

ALGO DE LEGISLACIÓN

El Artº 1º de la Ley 16/1985 del Patrimonio Histórico señala que: son objeto de la presente Ley la protección, adecentamiento y transmisión a las generaciones futuras de sitios naturales, jardines y parques que tengan valor artístico, histórico o antropológico. Y en su Artº 15 concreta: Sitio Histórico es el lugar o parque natural vinculado a acontecimientos o recuerdos del pasado, a tradiciones populares, creaciones culturales o de la naturaleza. También la Ley 2/1999 de Patrimonio de Extremadura, Cap. I. Artº. 6, indica que Jardín Histórico es un espacio que destaca por sus valores históricos, estéticos, sensoriales o botánicos.

SANTA LUCÍA, SU NOMBRE Y SU RASTRO

Toma su nombre de esta santa, cuya primera ermita estuvo cerca de la Huerta Lutero (antes llamada Otero). Tenemos noticias de su existencia desde el año 1581, cuando según Núñez Barrero, anotación que recojo en mi Libretilla La Minuta, indica que con motivo de una epidemia de peste se hizo enfermería la Hermita de Santa Lucía. Siglos después, el 14 de junio de 1716 se dio licencia para la Ciudad a don Agustín de Revenga, Presbítero, para hacer la Hermita de Santa Lucía, que ahí estaba junto al callejón de Santa Lucía, al pie de la Huerta y Falda de Otero. Fue una reconstrucción o sustitución del anterior edificio. Parece ser que en el s. XVIII se elevó la de dentro del parque, pero consintió derribarla el arcipreste Manuel Rincón en 1956.

El parque a lo largo del tiempo mantuvo tradiciones, conciertos musicales, cantos de estudiantinas, teatro; en 1885 se instaló uno al aire libre. En 1923 el poeta Pepe Ramírez escribe: ¿Pos y las comedias?... ¡Lo que yo con ellas me tengo reío dende el gallinero/ en aquel treato de Santa Lucía/ tan holgao y fresco!. Otro poeta, de Serradilla, Celestino Vega, escribe mirando desde el parque la Huerta de Baños, el Jardín de Venus y el trenzado afiligranado de los viejos canalillos árabes, casi desaparecidos, que regaban esas huertas: los cuévanos de los huertos/ son de albaicines lejanos/ con dormidos limoneros.

Además Santa Lucía forma parte, con la muralla, protegida por ley desde 1933, de un conjunto indisoluble entre piedra y jardín, sin estridencias que rompan su peculiar identidad. Así que el lienzo pétreo es el retablo que permite intimidad al parque y lo consagra como Sitio Histórico.

ES UN PARQUE DEL PUEBLO. Su origen y su duende

En 1728, un vecino llamado Juan Lobo, que vivía en la prolongación de la Calle de la Bola que desembocaba antes Detrás de los Corrales, luego eliminada esa vía tras elevarse el Palacio de Rianzuela en 1780, tuvo la iniciativa de realizar un bancal para crear una plataforma ajardinada para la expansión del ánimo, al estar colgada como un pájaro sobre la anchurosa depresión de la ribera. Contribuyó el vecindario con recursos, pues Lobo era influyente al ejercer como Recaudador de Rentas del Maestrazgo. En el Libro de Acuerdos de 1728 el Ayuntamiento acordó agradecer a los vecinos esta realización que llegaba desde la Fuente Nueva hasta la ermita de Santa Lucía. Déjenme decir que cuando se derribó el palacio de los Lobo, su escudo se expolió a Villalba de los Barros y hoy campea en la fachada de su Ayuntamiento. La piedra tenía un lema: Morir y ser degolladlo y no vivir deshonrado, reproducido todavía en una lauda sepulcral en Santa María. Un día tendré que ocuparme de escribir sobre esta familia.

La muralla ha caído muchas veces, en 1880 se acometieron obras en el muro. Pues sucede que al consentir construir casas en el adarve, y otras empujando desde dentro, se le ha hecho mucho daño. No obstante todas las intervenciones han cuidado en preservar la vista desde el parque. Así se hizo en el año 1932, como recogió el periódico La Libertad del 17 de marzo: se están construyendo en el parque de Santa Lucía dos hermosos evacuatorios subterráneos a la par que se están terminando las mejoras en el muro de contención. Las reformas nunca alteraron ese regusto añejo tan místico y acartujado. Por ello permanece el clima romántico del ayer que debemos custodiar como parte del patrimonio inmaterial de Jerez. Santa Lucía es tierra, aire, sol (fuego) y agua, los cuatro elementos que ya manejaron los filósofos presocráticos. Y es paz. Todo se brinda para el deambular tranquilo, el sosiego confidente entre parejas o la declaración amorosa. Ahí di el primer beso en mi adolescencia a una chica. Pero me temo que ese seductor sesgo emocional, tan lleno de vibraciones edénicas, puede disiparse por la presencia de merenderos ruidosos con olor a panceta y a sardinas. Los nuevos quioscos pret-a-porter, tan ajenos del estilo constructivo de ese entorno heroico y hasta melancólico, romperán el duende de Santa Lucía. Un espacio que ha sido nuestro cabo cañaveral sobre la dehesa, en monarquía, en dictadura, o e la república que colocó 39 escudos con la corona mural en la rejería. Tal vez algunas de esas novedades podrían ejecutarse en la parcela inferior, cuyo propietario Luis González Rodríguez tantas veces ha ofrecido al Ayuntamiento.

En todo tiempo fue retiro espiritual para creyentes y agnósticos y templo abierto sedante para el alma. A naciente vemos la panorámica que se extiende sobre las espaciosas vegas del Ardila enseñando el telón verdinegro en los estiramientos orográficos de Sierra Morena. Es ese un menú que regala postales increíbles, que más parecen sorbetes anaranjados con hinojos que pulcritud estelar en la amanecida. Al suroeste, las lomas de La Manchada y los cortijos que hacia Oliva se confunden entre encinas viejas, son preludios para ojos lusitanos que tomarán el testigo luminoso antes de que la tarde vea como se desangra el Tajo hecho oro líquido por Lisboa. Tenemos de balde lo que el mundo superpoblado anhela; pues el silencio se valora hoy como salud y calidad en el alto standing de las excelencias turísticas.

El proyecto debería madurarse con la voluntad de adecuarlo al lenguaje y a la morfología preexistente. Y bien está que Colón tenga un pedestal digno, por la habilidad escultórica de su autor, Lorenzo Coullaut, ya que es la mejor obra de las exhibidas en la Glorieta de los Navegantes en Sevilla en 1929. Se inauguró en Jerez el 4 de marzo de 1970.

Hombres y mujeres que saben apreciar lo que hay detrás de las cosas, acudieron siempre al parque para aprender a ver donde otros ni siquiera miran. Su excelsitud deslumbró al historiador Pedro Cordero en su libro Piedras Armeras: Recorta el azul una gradación de cabezos y de altozanos hasta perderse en el horizonte es el natural mirador de las bellezas aunque pobremente enumeradas por nuestra torpe pluma.

Actuemos en el parque curando sus heridas, pero sin disfrazarlo. Hágase un jardín botánico con abundantes frondas en ese hospital donde, al atardecer, se domicilian multitud de jilgueros y gorriones. Son esos pájaros como remeros que se deslizan en pateras de plumas para desembarcar en las playas de los plátanos amadroñados.

Va cayendo el día, se mece el corazón en un columpio imparable cuando suena sin oírse el toque de queda en nuestro interior. Solo se escucha el lenguaje de las musas colgado en los susurros de los chorros. Por eso, cuidado con el terrazo y el cemento. No matemos la gracia invisible de los sueños.

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